jueves, 3 de febrero de 2022

Rol en Solitario: B12 El Monasterio del Dragón Dormido (IV)

 VIENE DE ESTA PUBLICACIÓN

Escena 5 – Explorando el Monasterio (II)

Caos inicial: 5 (ha subido uno respecto al caos anterior)

Lugar: interior del monasterio

Personajes: Monjes mendicantes, Aralic, Anastasia Atrapes, rata gigante, orcos asaltantes, dragón?

Hilos: Recuperar el tesoro del monasterio


Así que Anastasia adoptó el papel de la nueva exploradora del grupo y realizó la primera inspección de una puerta en busca de trampas. Por debajo de la puerta se filtraba el aire y luz, con lo que probablemente diera a un patio o al exterior, como resultó ser. La pequeña puerta daba al lado sur del monasterio. Aprovechando la ocasión, y pensando en que tendrían que encontrar algún lugar dónde acampar, no les hacía gracia pasar la noche en el interior del monasterio, decidieron explorar el exterior del edificio e investigar la puerta de la izquierda de la entrada principal.

La vuelta al monasterio no reveló nada especialmente significativo. A pesar de esto, encontraron dos puertas más. Una justo al lado de la sala por la que habían salido al exterior, y otra en la esquina noreste, orientada hacia el camposanto del norte. La segunda estaba medio enterrada por otro derrumbe. También estaba colapsada la entrada de la iglesia, y hubieran tardado días en poder abrir un paso.

Una vez circunvalado el monasterio, el grupo se dirigió a la puerta situada entre la iglesia y la entrada principal. La minuciosa inspección de Anastasia no dio resultado alguno, y tampoco escucharon nada al otro lado. Sebo abrió la puerta y la luz del atardecer iluminó por primera vez en mucho tiempo los restos de una malograda cilla. Los sacos estaban vacíos, agujereados, rodeados de montañas de excrementos de rata y de huesecillos blanqueados. El hedor era penetrante, pero se podía soportar. Sebo y Theopano esperaron en el umbral a que su visión se acomodara a la oscuridad. Entraron seguidos por Helena, que había vuelto a encender la linterna. A su lado, Anastasia con la honda de Karsa preparada. La comitiva la cerraban Ingwor y Karsa, con las armas de mano y los escudos listos. Un reflejo y un rápido movimiento les puso en alerta. Una enorme araña se descolgó del techo en una esquina y empezó a acercarse con velocidad voraz. Ingwor reaccionó como un gato interponiéndose entre Anastasia y la araña, deteniendo el golpe de esta pero sin acertar a golpearla con su cimitarra. Sebo, Theopano y Karsa reaccionaron y también se lanzaron sobre la aberración, hiriéndola de levedad. La araña devolvió el golpe, pero su picadura fue desviada por un escudo, y un torrente de golpes acabó con el arácnido gigante patas arriba.

Ingwor defendiendo al resto

Con el aliento recuperado, el grupo pasó a explorar la cilla. Efectivamente, no quedaba ninguna vianda en buen estado, todo estaba podrido, consumido o arruinado. Sin embargo, entre dos toneles encontraron un segundo pergamino, este inscrito solamente con la letra “E”. Helena lo guardó junto al otro pergamino. Ingwor y Theopano coincidieron en la utilidad de llevarse las glándulas venenosas de la gran araña, pero el explorador descubrió que extirparlas era más complicado de lo que podía parecer, y el preciado líquido se desperdició en una viscosa y maloliente mezcla de sangre y ponzoña, repartido a partes iguales entre el suelo y los brazos del explorador. Por suerte el veneno solo le causó un hormigueo y pérdida de fuerza en los brazos, y acabó desapareciendo en unas horas.

Con Theopano sin sensibilidad en los brazos, y con la tarde ya avanzada, el grupo decidió abandonar por ese día la exploración y buscaron refugio. Tras un buen rato buscando el lugar perfecto para pasar la noche, desistieron ante el cansancio y la proximidad de la oscuridad. Acamparon en una zona de árboles delgados que no ofrecía ninguna garantía táctica en especial, pero al menos no estaba a la vista del monasterio por si algo descendía de él buscando el fresco de la noche veraniega.

La cena fue frugal, tal como mandan los cánones de la vida en el monte. En el cielo brillaba una luna creciente que casi asomaba su mitad. Recordaron con sonrisas y oraciones a Antígonos, y se hicieron guardias. La noche pasó rápida y sin sobresaltos.

El mapa del monasterio hasta la fecha



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