Escena 6 – Explorando el Monasterio (III)
Caos inicial: 4 (ha bajado uno respecto al caos anterior)
Lugar: interior del monasterio
Personajes: Monjes mendicantes, Aralic, Anastasia Atrapes, orcos asaltantes, rata gigante, dragón?
Hilos: Recuperar el tesoro del monasterio
Fyrmont, Soladain 8, mañana, cielo despejado, 19º, brisa ligera.
Al amanecer, Theopano despierta al resto y parte en busca de agua. Los odres están medio vacíos, y si no encuentran agua tendrán que descender a las inmediaciones del río Hillfollow. El resto prepara el desayuno y se organiza para la exploración, ya sea orando a sus inmortales, estudiando de su grimorio, o reclamando la paga diaria. Dos horas después, el explorador vuelve con las manos vacías. Con algo de suerte, hoy encontrarán el pozo del monasterio.
Sobre las 8 de la mañana, el grupo entra de nuevo en el monasterio por la puerta orientada al sur. Un examen rápido confirmó que la zona explorada no se había alterado. El grupo se dirigió al repartidor cuadrado y Anastasia inspeccionó sin novedad la puerta que quedaba por abrir, orientada hacia el interior del recinto. Tampoco escucharon sonido alguno en las inmediaciones, con lo que Sebo se encargó, una vez más, de abrir la puerta, con Theopano al lado con el arco tensado, y Helena iluminando con la lámpara justo detrás.
Al abrir la oxidada puerta, la luz y el aire del exterior invadieron el repartidor. La puerta daba al caminadero porticado que rodeaba el patio del claustro del monasterio. Sebo y Theopano realizan una primera inspección visual desde el umbral de la puerta. El patio estaba asilvestrado, y las únicas plantas que se podían ver eran y dos arbustos florecidos de unos dos metros de envergadura. Todavía se erguían los esqueletos de varios arbolillos quemados. El centro del patio estaba dominado por la estatua de un monje orientada hacia una fuente unos metros hacia el sur. ¿Brotará agua todavía? Varias puertas rodeaban el claustro en las paredes del sur, este y norte, justo al otro lado del patio. En el centro de la pared del este se abrí un oscuro corredor.
El claustro y las herramientas que uso para la partida |
Cualquiera se fía de un arbusto si tiene esa pinta... |
Helena y Theopano examinaron la fuente, cuyo caño llevaba mucho sin saber lo que era el agua. Sin embargo, en su interior vieron un pergamino enrollado. Helena pudo sacarlo aprovechando su delgadez. Contenía la letra “R”, y lo guardo junto los otros dos en su grimorio. Karsa inspeccionó la estatua. Representaba a un monje maduro, pero ni lo reconoció ni encontró nada más a destacar. Sebo e Ingwor inspeccionaron el caminador del claustro, pero solo encontraron escombros y telarañas. Anastasia buscó trampas en la esquina del sudeste, justo delante tres de las puertas, pero tampoco encontró nada. Luego examinó concienzudamente la puerta del sur. Nada la hacía pasar por peligrosa, y tampoco se escuchaba ruido alguno detrás de ella, así que Sebo la abrió.
La habitación antes había sido el refectorio interior del monasterio, seguramente destinado al uso de los monjes, pero ahora era una perrera. Literalmente. Cinco canes asalvajados en el fondo del comedor saltaron como diablos tal como se abrió la puerta, atacando a Sebo y a Theopano. Estos, sorprendidos, con suerte pudieron cubrirse con el escudo. Sebo devolvió el golpe partiendo en dos a uno de los canes, y Theopano también se deshizo del suyo, cediendo la primera línea a Karsa. Los otros perros saltaron sobre los cadáveres con más éxito que sus predecesores, Sebo se llevó una fea mordedura (4 pv dejándole con 3) y Karsa también recibió un mordisco (2 pv dejándole con 2). Había poco margen de maniobra, estaban apelotonados en el umbral de la puerta. Sebo acabó con otro de los rabiosos perros y logró retirarse, cediendo espacio a Ingwor. Karsa también logró zafarse del perro que le amenazaba, dando paso a Theopano. Los perros volvieron al ataque, pero el explorador y el elfo se defendieron bien, siendo la contra letal para los canes. ¡Perros del diablo! ¡Haría semanas que no comían para atacar con tal ansia!
La lucha con los perros fue más dura de lo esperado |
A pesar de lo temprano de la mañana, el grupo estaba bastante tocado. Helena administró la última poción de curación de los monjes para que Sebo se recuperara de sus heridas, sanándose por completo. Tras retirar los cadáveres de los perros, Anastasia primero y luego el resto entraron a examinar el refectorio. Bajo una mesa encontraron otro pergamino, este marcado con una “A”. Helena sacó los otros tres y los comparó. “K”, “E”, “R” y “A”. De momento, las letras no les dijeron nada.
Con
los cuatro pergaminos
en
el interior del grimorio de Helena,
continuaron con la exploración. Antes de abrir
más puertas,
decidieron examinar el pórtico de
la pared este, desprovisto
de puerta. Forzando un poco a Anastasia, esta se acerco de puntillas
hasta
llegar
a
asomar la cabeza por el pilar de la puerta, mientras el resto se
agazapaba detrás de ella tras el murete del patio del claustro. La
sala no tenía ventanas, y tan solo se filtraba la poca
luz que llegaba desde el patio,
sin llegar a iluminar por completo la habitación. Anastasia miró
hacia atrás e hizo gestos a Helena para que se acercara con la
linterna. Helena le pasó la linterna a Theopano, quien asomó medio
cuerpo, linterna en alto, desde el otro pilar. La sala
cobró color y reveló los restos de la sala capitular. Los frescos
en las paredes estaba en un estado lamentable, y suelo y muebles
estaban cubiertos por
una montaña
de excrementos. Del techo colgaba toda una colonia de murciélagos
vampiro. De momento decidieron dejar a las
ratas aladas en paz.
Murciélagos para quien le guste el guano |
Retrocedieron hasta la esquina del sudeste, en la que se concentraban tres puertas. Una primera inspección no reveló nada en la puerta del sur. Mientras Anastasia examinaba la puerta, Theopano dedicó el tiempo a volver a inspeccionar el caminador del claustro. En la pared norte, la del Mandatum, le llamó la atención una roca en la pared libre de argamasa. Estaba encajada pero tenía juego, así que probando acabó golpeándola con el pomo de la daga. Sonó el sonido de vidrio roto y un líquido de olor dulzón se derramó por la pared. Finalmente, el explorador logró retirar la piedra. Se trataba de un escondite en el que se había guardado algún tipo de poción cuya utilidad no podrían descubrir. Volvió con el resto y comentó lo ocurrido mientras Anastasia daba el visto bueno a la puerta.
Antes de abrirla, intentaron ver si se percibía luz por las ranuras, o si entre ellas había alguna corriente de aire. La sala estaba en buen estado, tan solo algunas rocas se habían desprendido de una pared por la que se filtraban rayos de luz de la brillante mañana. Se trataba del calefactario del monasterio, con varias estufas todavía aprovechables. En su interior todavía había carbón. La exploración de la sala les dio una buena alegría, ya que la losa de debajo de una de las estufas ocultaba dos pociones etiquetadas como de curación. Helena se quedó una y Karsa tomó la otra.
El grupo decidió continuar por la puerta justo al sur de la sala de los murciélagos para ir cerrando huecos en la exploración. La puerta parecía segura y, como ya era habitual, Sebo la abrió junto a Theopano con el arco preparado. La sala tampoco tenía ventanas y estaba a oscuras, pero un siseo poco tranquilizador les puso en alerta. Helena levantó la lámpara acercándola a la entrada. En la sala había varias sillas y una mesa. Más allá había una reja que separaba del resto de la habitación una humilde capilla. La reja estaba rota con los barrotes doblados, y en ellos se enroscaban dos serpientes de cascabel. Una de ellas jugueteaba con un pergamino enrollado en sus fauces. Ambas se mostraron amenazantes, pero no abandonaron los barrotes. Tras unos segundos Sebo, cerró la puerta para discutir cómo actuar. Decidieron que Sebo y Ingwor abrirían la puerta protegidos con sus escudos. Si todo seguía igual, Ingwor y Theopano dispararían flechas contra la serpiente que jugueteaba con el pergamino. Inmediatamente después, Anastasia cerraría la puerta.
¡El monasterio se había convertido en un zoológico! |
En un primer momento la estrategia no salió mal, una de las flechas alcanzó a la serpiente y esta soltó el pergamino. Cerraron la puerta y esperaron un poco. Al abrirla, las serpientes estaban deambulando por la sala, pero estaban muy cabreadas. Ingwor pudo disparar antes de que se le echaran encima, hiriendo de gravedad a una de las dos, pero estas se precipitaron en el umbral antes de que Theopano pudiera disparar, aunque no llegaron a picar. Sin tiempo para que los aventureros cambiasen de arma, las serpientes volvieron a morder. Esta vez encontraron la dulce carne de Ingwor, que cayó con espasmos al suelo. Sebo saltó por encima de él pero no logró acuchillar al ofidio, y Theopano no tuvo mejor suerte. Antes de que volvieran a morder, Sebo aplastó a una de ellas con el escudo, y la otra se alejó rápidamente para desaparecer por un hueco en una esquina de la capilla. Ingwor no se movía y estaba pálido como la muerte. Intentaron reanimarle de algún modo, pero todo intento fue en vano. La fría muerte habitaba ya en su cuerpo.
Ingwor, elfo de nivel 1, muerto por la picadura de una serpiente cascabel en el Monasterio del Dragón Dormido |
Desanimados, recogieron el pergamino del suelo, este mostraba la letra “E”. Ya tenían “K”, “E”, “R”, “A” y la “E”. Solo faltaba un pergamino por encontrar. Muy a su pesar, decidieron dar sepultura a Ingwor, enterrándolo en el cementerio del monasterio, y se retiraron a Stallanford en busca de agua, descanso y refuerzos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario